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Los territorios de la palabra» de José Luis Abraham López: Las pequeñas editoriales que salvaron la literatura

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Las pequeñas editoriales que salvaron la literatura

Me ha ocurrido algo curioso leyendo «Los territorios de la palabra» de José Luis Abraham López, publicado por Ediciones Amaniel. Y es que he sentido algo parecido a lo que sintieron mis padres cuando descubrieron que podían comprar verduras en un mercado de barrio en lugar de en el supermercado. Esa sensación de que estás haciendo algo bueno, algo que tiene sentido, algo que no te convierte en cómplice de un sistema que te da igual. Porque este libro es eso: un mapa para no perderte cuando vas a la librería y no quieres comprar lo que todos compran, no porque seas un snob sino porque buscas otra cosa, algo con alma.

Abraham López escribe desde Granada, desde un suplemento educativo llamado IDEAL en Clase, y eso le da una libertad que no tienen los críticos de los grandes periódicos nacionales. No tiene que quedar bien con nadie, no le van a despedir por no reseñar el último bestseller de Planeta, no necesita agradar a los publicistas que compran páginas enteras para promocionar las novedades de Random House. Y se nota. Se nota en cada página de este libro que lo que importa no es el ruido mediático sino la calidad, no es la rentabilidad sino la permanencia, no es cuánto vendiste en la primera semana sino si dentro de veinte años alguien todavía querrá leer lo que publicaste.

Y entonces empiezas a conocer a estas editoriales que parecen imposibles. Está Sargantana, una editorial valenciana que nació en 2014 y que ahora tiene nueve sellos y trescientos títulos, y que sobrevive porque los libros educativos que vende a los colegios le permiten financiar narrativa experimental que no va a vender ni la décima parte. Está Hoja de Lata, que solo publica unos pocos títulos al año, tiradas de quinientos a mil quinientos ejemplares, cada libro como si fuera una joya que hay que pulir hasta que brille. Y está Dokusou, que es un nombre japonés que significa originalidad, y que fue fundada por Asunción Martín Sánchez porque le daba pena ver manuscritos buenos que nadie publicaba, así que decidió publicarlos ella.

Me gusta especialmente lo que cuenta sobre las editoriales de poesía. Porque claro, quién va a publicar poesía en este país donde el ochenta por ciento del mercado lo controlan dos o tres multinacionales que solo quieren superventas. Pues resulta que hay editoriales que lo hacen. Ediciones Rilke, que forma parte del mismo grupo editorial que publica este libro y que consiguió ser una de las tres únicas editoriales autorizadas por la familia Machado para publicar Campos de Castilla, que no es cualquier cosa. Unaria Ediciones, donde desde que reciben un manuscrito hasta que lo publican puede pasar un año, porque dicen que exigen calidad y entregan calidad, que las prisas no son buenas. Y luego están Piel de Zapa, Libros de Seda, Literarte, editoriales que hacen libros como si fueran objetos artísticos, con papel bueno, tipografías elegidas con cuidado, portadas que dan ganas de tocar.

Abraham López no es tonto. Sabe que está publicando su libro en Ediciones Amaniel, que pertenece al Grupo Editorial Pérez-Ayala, y que en el libro entrevista extensamente a Ana María Olivares, que dirige Ediciones Rilke, que también pertenece al mismo grupo. Y no lo esconde. Y eso me gusta, porque es honesto. Porque está diciendo mira, yo formo parte de esto, yo también estoy en este barco de gente que cree que se pueden hacer libros buenos sin necesidad de tener presupuestos millonarios.

Lo que me ha parecido inteligente es cómo Abraham López trata diferente a estas editoriales pequeñas y a los grandes grupos. Con las independientes es generoso, comprensivo, las defiende. Pero con las producciones comerciales problemáticas reserva lo que él llama el vitriol, que es esa crítica ácida y demoledora que quema como el ácido. Y tiene sentido, porque Planeta y Random House pueden aguantar una crítica mala, tienen millones de euros para compensar, pero una editorial pequeña que vive con lo justo puede hundirse con una reseña negativa en un medio importante. Es una cuestión de ética, de saber dónde está el poder y de no pegar a los que están abajo.

Y luego está la pandemia. Porque este libro documenta los años 2020 a 2025, esos años en los que parecía que todo se iba a hundir. Y resulta que las editoriales independientes sobrevivieron. Organizaron eventos por Zoom, vendieron libros por internet de maneras improvisadas, pidieron paciencia a los lectores y les prometieron que cuando todo pasara les mandarían un libro de regalo. Y los lectores respondieron. Porque durante el confinamiento la gente leía como loca, y muchos descubrieron que había editoriales pequeñas que publicaban cosas maravillosas que nunca habían visto en las mesas de novedades de las grandes librerías.

Abraham López hace algo que me parece importante. Construye lo que él llama un canon alternativo. Mientras los suplementos culturales de los grandes periódicos reseñan a Anagrama, Alfaguara, Planeta, él reseña a Sargantana, Hoja de lata, Unaria, Dokusou, Rilke, Impedimenta, Minúscula. Y no lo hace por esnobismo sino porque cree de verdad que ahí está pasando algo valioso, que esas editoriales están sosteniendo una diversidad literaria que los grandes grupos están matando a base de publicar bestsellers idénticos.

Este libro me ha recordado por qué me gustan las librerías de barrio. Esas donde el librero te conoce y te recomienda cosas, donde puedes pasar una hora mirando estanterías sin que nadie te moleste, donde encuentras libros que jamás verías en una cadena comercial. Porque las editoriales independientes son como esas librerías. Son lugares donde alguien está cuidando algo frágil, algo que no sobrevive si todo el mundo solo piensa en el precio y en la comodidad.

Al final «Los territorios de la palabra» es un libro necesario. Porque documenta un momento crucial, porque visibiliza editoriales que sin críticos como Abraham López serían invisibles, porque demuestra que hay gente resistiendo con terquedad artesanal y recursos mínimos contra la homogeneización de la cultura. Y porque nos recuerda que cada vez que compramos un libro estamos tomando una decisión. Que podemos seguir alimentando a los dos o tres gigantes que controlan el ochenta por ciento del mercado, o podemos buscar esas editoriales pequeñas que publican pocos títulos pero los publican bien, con calidad, con paciencia, con amor.

No es un libro perfecto. A veces se nota que Abraham López quiere abarcar demasiado, que intenta documentar veintiuna editoriales y que eso hace que algunas reciban menos atención de la que merecerían. Pero es un libro honesto, generoso, necesario. Un libro que te hace querer ir a la librería y buscar títulos de Hoja de Lata o de Unaria o de Dokusou, solo para comprobar si es verdad que hay gente publicando cosas buenas sin hacer ruido, sin campañas millonarias, sin aparecer en todos los escaparates. Y resulta que sí, que es verdad. Que existen. Y que están ahí esperando a que alguien los encuentre.