El temblor después del amor: Gema Bautista y la poética del derrumbe
A veces, la poesía más verdadera no surge del lenguaje sino del silencio que sigue al naufragio. Mis ruinas, Mi poesía, de Gema Bautista Quirós, pertenece a esa rara estirpe de libros escritos no para demostrar talento, sino para sobrevivir. No es un poemario que se limite a bordear el dolor: entra en él, lo habita, lo ordena con delicadeza y sin dramatismo. Quien lea este libro sentirá que la autora no ha buscado un tono literario, sino una voz interior que se salva a sí misma nombrando su desorden.
Gema Bautista escribe desde un territorio que muchos reconocemos: el amor como una forma de entrega que, cuando se excede, se convierte en devastación. Sus versos no son una súplica ni una queja; son una contabilidad emocional de pérdidas y rescates. “Él solo pidió una gota / y yo le di todo el mar”, dice, y en esa imagen hay toda una filosofía afectiva, toda una arqueología del desequilibrio en los vínculos. La poeta no escribe desde la nostalgia del amor perdido, sino desde la comprensión de que ese amor, vivido sin medida, fue una forma de desaparición.
Lo que conmueve del libro no es solo su honestidad, sino su precisión. No hay palabras sobrantes, no hay adornos. Cada poema parece escrito después de haber contado hasta diez, respirado hondo y elegido solo lo indispensable para no traicionar la emoción. Bautista entiende que la poesía no debe esconder el caos, pero sí darle una forma. Y en esa forma —esa domesticación verbal del derrumbe— hay belleza, pero también inteligencia emocional. Es el testimonio de alguien que ha entendido que desbordarse no es lo mismo que sentir profundamente.
Resulta difícil no leer este libro como la radiografía de una generación que ha hecho de la vulnerabilidad un valor, no una debilidad. En los versos de Bautista se escucha el eco de voces contemporáneas que aprendieron a hablar de salud mental, de límites, de autocuidado, sin renunciar al lenguaje poético. Pero lo suyo no es la moda de la autoayuda disfrazada de poesía: es un trabajo real con la palabra, un equilibrio entre lo íntimo y lo lúcido. Escribir sobre la herida sin convertirla en espectáculo requiere un pudor que hoy escasea.
Hay libros que invitan a mirar hacia fuera, y otros que obligan a mirarse de cerca. Mis ruinas, Mi poesía pertenece al segundo tipo. No se lee: se acompaña. Uno entra en sus páginas como quien entra con cuidado en una casa destruida por el fuego y encuentra, entre las cenizas, la forma de un vaso todavía intacto, un trozo de papel donde alguien escribió la palabra “seguir”. Esa es, quizá, la palabra que resume todo el libro. Seguir: aun después de haberse quedado vacío, aun después de haberlo dado todo.
La poesía de Gema Bautista no busca el aplauso. Busca algo más difícil: que la comprendan. Y quizá también que, después de leerla, el lector entienda mejor su propia manera de amar. Porque en ese entendimiento hay un principio de redención. Y si la poesía sirve para salvar algo, aunque sea un pequeño resto de nosotros, Mis ruinas, Mi poesía cumple su cometido con una serenidad admirable.
Antonio Graña Ojeda











