Almas errantes, de Kim Lemmen
Donde el alma se hace preguntas
Hay libros que no se leen con prisa, igual que no se atraviesa una tormenta corriendo. Almas errantes, de Kim Lemmen, es uno de esos. Desde la primera página, la autora parece tenderte una cuerda invisible para que la sigas por un paisaje en el que todo tiembla, se disuelve o se transforma. A veces, más que leerla, una la escucha. Y no porque grite —Lemmen escribe con la serenidad de quien ha aprendido a sostenerse en el silencio—, sino porque su poesía tiene algo de conversación confidencial, esa que se mantiene con la vida cuando ya no queda más remedio que preguntarse quién demonios somos.
Dividido en tres partes —Dispersión, Dualismo y Bricolaje—, el libro funciona como un mapa hecho de versos que no señalan un destino, sino una búsqueda. La autora se adentra en la identidad humana desde lo etéreo, pero sin caer en el misticismo hueco. Es un libro que habla de perderse para entender que tal vez no haya nada que encontrar. Lemmen pisa terreno resbaladizo: el alma, los afectos, la memoria. Y lo hace con un pulso limpio, contenida, pero sin miedo a mostrar grietas. En sus poemas hay un equilibrio raro entre lo espiritual y lo humano, como si flotara entre ambos mundos sin pertenecer del todo a ninguno.
Lo más interesante de Almas errantes no es su estructura ni su carga filosófica —aunque ambas están ahí, bien construidas y sin pedantería—, sino la voz que sostiene el texto. Es una voz que no tiene prisa por convencerte, que duda, que tantea. Lemmen no pontifica: confiesa, observa, se expone con una suavidad que da miedo porque desarma. Leerla es como mirar a alguien que no finge haber encontrado las respuestas, pero que, aun así, insiste en seguir preguntando.
Quizás lo mejor del libro sea el modo en que tiende puentes entre lo personal y lo universal. Habla de identidad, pero también de amor, de pérdida, del paso del tiempo. Y lo hace sin aspavientos, sin grandeza impostada. En sus versos se puede escuchar ese murmullo íntimo que acompaña a quien se sabe vivo y, por tanto, incompleto. No hay ruido ni artificio, solo el rumor de algo que nos atraviesa a todos.
Al cerrar el libro, queda una sensación parecida a cuando uno sale del mar: algo de cansancio, algo de calma. Lemmen no ofrece certezas, pero sí una compañía serena en medio del desconcierto. En un tiempo donde la poesía corre el riesgo de volverse decorativa o complaciente, Almas errantes se atreve a recordarnos que sentir sigue siendo un acto de resistencia, y pensar, uno de valentía.
Ángela de Claudia Soneira
