La memoria que resiste desde el exilio: un poeta peruano que escribe como si el barroco pudiera salvar la patria
Hay en Leyendas Peruanas de Miguel Torres Morales una densidad poco frecuente en la poesía contemporánea, una voluntad de complejidad que rehúye la simplicidad dominante en el panorama lírico hispanoamericano actual. Este poemario, publicado por Editorial Poesía eres tú tras treinta años de gestación manuscrita, representa un ejercicio de resistencia doble: formal, porque defiende la alta retórica barroca cuando todo el mundo escribe versos breves coloquiales; política, porque construye una identidad peruana desde el exilio alemán mediante apropiación crítica de la lengua del colonizador.
Torres Morales vive en Alemania desde 1994, enseña filosofía en un Gymnasium de Röckesdorf bei Bonn, y lleva tres décadas escribiendo sobre Barranco, distrito limeño al que probablemente no volverá nunca o volverá sólo para constatar que el Barranco de su memoria ya no existe. Porque este libro no trata del Barranco turístico contemporáneo sino de un Barranco compuesto, palimpsesto donde coexisten el distrito de los años setenta y ochenta (su infancia), el Barranco colonial del siglo XVIII (época de la Gazeta de Lima que el poeta finge recuperar), y el Barranco mítico que nunca existió del todo pero que cobra existencia plena en el verso.
Lo primero que impacta es el lenguaje. Torres Morales escribe con sintaxis gongorina: hipérbaton violento, cultismos arcaizantes («ornitofitólatra», «clepsidra», «agerasia»), metáforas encadenadas que obligan al lector a detenerse cada tres versos para desentrañar el sentido. Esta opacidad deliberada no es gratuita: constituye estrategia política de apropiación del español culto, demostración de que un poeta peruano puede dominar el idioma tan perfectamente como cualquier peninsular y llenarlo de contenido específicamente andino. Cuando Pachacámac, deidad precolombina, habla en estos poemas lo hace con vocabulario del Siglo de Oro español: «Insuperable Altísimo de fibra interminable». Este contraste entre forma barroca española y contenido mitológico andino genera tensión productiva que define el proyecto estético-político del libro.
El poemario se presenta como «leyendas peruanas aparecidas en la Gazeta de Lima reconcebidas doscientos cincuenta años después de su aparición», imitando la estrategia de Ricardo Palma en sus Tradiciones Peruanas: presentar ficción como recuperación documental, legitimar invención mediante apelación a archivos que pueden o no haber existido. Torres Morales justifica esta metaficción con lucidez: «porque a los peruanos nos han robado muchos libros y nos han incendiado mil archivos, pero no podrán quitarnos nuestra historia porque nosotros mismos somos nuestra historia». Si te quemaron los archivos, invéntalos de nuevo; si te robaron los libros, escríbelos otra vez. La memoria se convierte así en acto de resistencia contra el olvido sistemático que padece la cultura peruana.
Los personajes que pueblan el libro son figuras espectrales: Mariano Melgar hablando desde el instante previo a su fusilamiento en 1815 («Ay, verso mío, para qué melificarte, / si todo lo que hago logra únicamente / mi fin precipitar»), Juan del Valle y Caviedes el poeta satírico colonial escribiendo desde la marginalidad económica, el Inca Garcilaso mestizo atrapado entre dos mundos que lo rechazan simultáneamente. Todos condensan el mismo diagnóstico doloroso: «los peruanos aniquilan / a las almas más nobles». Desde Melgar fusilado en 1815 hasta José María Arguedas suicidado en 1969, pasando por César Vallejo muerto de hambre en el exilio parisino, el Perú ha destruido sistemáticamente a sus intelectuales más valiosos. Torres Morales se inscribe conscientemente en esa genealogía de poetas sacrificados, escribiendo desde Alemania porque sabe que si regresara a Lima probablemente sería invisibilizado institucionalmente, condenado a la precariedad, olvidado por la crítica oficial.
La nostalgia que atraviesa el poemario no es paralizante sino combativa. Torres Morales no idealiza el pasado colonial: denuncia a los «Encomenderos» contemporáneos que siguen expoliando al Perú como los conquistadores expoliaban a los indios. Escribe sobre la fundación mítica de Barranco pero también sobre su destrucción mediante especulación inmobiliaria. Las casas de madera demolidas, los acantilados erosionándose frente al Pacífico, la garúa gris que es «eterna» porque «en el fondo la vida es una eterna garúa», constituyen elementos de una patria interior más verdadera que cualquier patria empírica. Desde la distancia geográfica, el poeta construye un Perú más real que el Perú real, más resistente al olvido que el país concreto que se transforma sin él.
Lo que distingue este libro de miles de poemarios nostálgicos sobre patrias perdidas es la lucidez política y la sofisticación formal. Torres Morales defiende la alta retórica barroca cuando todo el mundo escribe versos breves minimalistas coloquiales. Su apuesta es absolutamente contracorriente: neobarroco andino en pleno siglo XXI, Góngora fusionado con Pachacámac, Quevedo aplicado a yaravíes de Melgar. Esta resistencia contra las modas dominantes no es capricho formal sino posicionamiento político: demostrar que la complejidad sigue siendo viable, que el lector merece respeto intelectual, que la poesía puede ser simultáneamente bella y combativa, hermética y comprometida.
El libro exige trabajo. Obliga a relecturas, a desentrañar referencias, a reconstruir genealogías culturales. Pero esa exigencia es su mayor virtud en época donde todo se consume instantáneamente y se olvida al minuto siguiente. Torres Morales propone poesía que permanece, que resiste interpretaciones apresuradas, que dialoga con cinco siglos de tradición hispánica y peruana sin renunciar a la contemporaneidad. Treinta años le llevó completar este proyecto: treinta años escribiendo fascículos manuscritos desde pueblos alemanes que nadie conoce, treinta años construyendo una patria de palabras más sólida que cualquier geografía.
La soledad del poeta es palpable en cada verso. Escribe sabiendo que será ignorado por la industria literaria contemporánea, que su neobarroco molestará tanto a los puristas del quechua como a los académicos peninsulares, que su defensa de la complejidad formal lo situará en los márgenes del campo poético hispanoamericano. Pero esa marginalidad es su distinción: Torres Morales no busca reconocimiento inmediato sino permanencia. Su apuesta no es por el éxito editorial sino por la trascendencia literaria. Y esa apuesta, en tiempos de best-sellers efímeros y modas intercambiables, constituye acto de dignidad poética que merece atención y respeto.
Leyendas Peruanas es libro importante, necesario, que demuestra que desde el exilio alemán un poeta puede escribir sobre identidad nacional sin caer en el folklore barato ni en la amnesia modernizante. Que se puede fusionar lo mejor de la tradición española con lo más profundo de la memoria andina. Que la poesía, aunque no salve al poeta del olvido institucional, preserva la memoria de los poetas sacrificados y mantiene viva la denuncia contra sociedades que aniquilan lo mejor de sí mismas. Dentro de cincuenta años, cuando las modas actuales hayan pasado y los best-sellers de hoy sean polvo olvidado, alguien descubrirá este libro y dirá: aquí había un poeta verdadero escribiendo cuando nadie prestaba atención. Y eso, al final, es lo único que importa.
Antonio Graña Ojeda