Home Reseñas Renacida en mi calma de Lucía García Ramos: CUANDO LA POESÍA APRENDE...

Renacida en mi calma de Lucía García Ramos: CUANDO LA POESÍA APRENDE A NO MENTIR

0

CUANDO LA POESÍA APRENDE A NO MENTIR

Leo Renacida en mi calma de Lucía García Ramos y me sorprende encontrar una voz joven que no se disfraza, que no hace trampas. En tiempos donde la poesía se ha convertido en mercancía de consumo rápido para Instagram, donde cada cual que sabe juntar tres palabras se cree poeta, aparece este poemario con pretensiones razonables y una honestidad que se agradece. No es un libro que te vaya a cambiar la vida, pero tampoco te va a tomar el pelo. Y ya es bastante.

La autora, nacida en Jumilla el 10 de octubre de 2000, pertenece a esa generación que ha crecido entre crisis económicas, precariedad estructural y el bombardeo constante de las redes sociales. Una generación que ha tenido que aprender a ser su propio refugio porque el mundo exterior no garantiza un carajo. Y eso se nota en los versos. Cuando escribe «Soy el lugar donde descanso, / el refugio que tantas veces busqué afuera», no está haciendo literatura decorativa. Está documentando una necesidad histórica real: construir hogar interno cuando el externo se desmorona.

El libro se organiza en cinco secciones, arquitectura planificada con rigor que no es habitual en poesía contemporánea. Renacer, Raíces, Alas, Puentes, Horizontes. Veinticinco poemas distribuidos simétricamente, cinco por sección. Esta estructura podría resultar rígida, academicista, pero funciona porque García Ramos entiende que el caos emocional necesita estructura para ser comprensible. No está inventando el agua tibia, pero sabe que el lector necesita un mapa cuando se adentra en territorios de autodescubrimiento. Y ese mapa lo proporciona sin paternalismos.

Lo que más me interesa de este poemario es que evita dos trampas mortales de la poesía introspectiva contemporánea. Primera trampa: el victimismo lacrimógeno, ese regodearse en el dolor que se ha convertido en marca de fábrica de tantos poetas jóvenes que confunden sinceridad con exhibicionismo. Segunda trampa: el triunfalismo barato, ese optimismo de autoayuda que promete transformaciones definitivas si compras el libro, el curso, la masterclass. García Ramos camina por el filo entre ambas pendientes con notable equilibrio. Reconoce la fragilidad sin dramatizarla, celebra la fortaleza sin fingir que es permanente.

En cada sección, el último poema introduce una nota de vulnerabilidad que desmiente cualquier lectura heroica de lo anterior. «Los días que no soy luz», «Cuando me permito caer». Esta decisión estructural demuestra inteligencia compositiva: la autora sabe que el crecimiento personal no es línea recta ascendente sino espiral que regresa recurrentemente a la dificultad, aunque desde posiciones cada vez más integradas. «Hay días que no puedo, / y está bien», escribe. Y ese permiso para no estar bien siempre resulta más revolucionario que todos los discursos de empoderamiento que nos venden.
Técnicamente, García Ramos destaca por su capacidad de encarnar abstracciones. No hace poesía etérea de conceptos flotantes, sino que ancla las experiencias psicológicas en sensaciones físicas reconocibles. «Me quito la piel que ya no me sirve», «He cargado piedras que no eran mías», «Me temblaban las manos». Esta somatización del dolor emocional evita la vaguedad y genera identificación inmediata. El lector no solo comprende intelectualmente, sino que reconoce en su propia memoria corporal esas sensaciones. Cualquiera que haya atravesado transformación profunda ha sentido literalmente cómo temblaban las manos al poner un límite por primera vez.

El lenguaje es accesible sin ser trivial. García Ramos renuncia al hermetismo que algunas voces confunden con profundidad, pero mantiene densidad poética suficiente. Emplea metáforas sostenidas que se desarrollan a lo largo de secciones completas: la casa como yo habitable, las raíces como fundamento identitario, las alas como libertad conquistada. Estos sistemas metafóricos no son originales la poesía lleva siglos usando esas imágenes, pero la autora los actualiza desde experiencia genuina. No está copiando símbolos de manual sino redescubriéndolos desde vivencia propia.

La referencia a Mario Benedetti en el poema final no es casual ni gratuita. «Recuerdo a Benedetti, / la alegría se defiende». García Ramos se inscribe conscientemente en tradición poética hispanohablante que privilegia comunicación sobre experimentación hermética. Su filiación literaria es clara: prefiere poetas que hablan claro, que conectan con experiencia humana universal sin necesidad de diccionarios especializados. Esta elección la situará fuera del favor de cierta crítica académica que valora innovación formal sobre efectividad comunicativa, pero ampliará su público real. Y francamente, prefiero poeta que llega a mil lectores con mensaje claro que poeta que impresiona a diez críticos con oscuridades deliberadas.

El poemario no está exento de limitaciones. La uniformidad tonal reduce la amplitud del registro emocional explorado. Todos los poemas hablan desde posición de comprensión serena alcanzada. Falta la rabia visceral, la confusión sostenida, el erotismo, el humor negro, la desesperación no resuelta. Esta ausencia de claroscuros drásticos puede interpretarse como madurez emocional de la autora o como evitación de zonas incómodas. Sospecho que es ambas cosas. García Ramos ha elegido escribir desde el después de la tormenta, no desde el durante. Decisión legítima que estrecha el espectro pero gana en serenidad.

También se echa en falta mayor riesgo formal. El verso libre empleado resulta efectivo pero conservador. No hay experimentación con disposiciones visuales, no hay disrupciones rítmicas, no hay formas híbridas. La autora trabaja dentro de convenciones establecidas sin cuestionarlas. Esto amplía accesibilidad pero reduce interés para lectores que buscan propuestas formalmente audaces. De nuevo, elección consciente que prioriza comunicación sobre experimentación.

La despolitización radical del poemario también merece comentario. Todo el dolor es personal, toda la solución es interna. No hay referencias a estructuras sociales que condicionan experiencias emocionales, no hay cuestionamiento de sistemas que producen precariedad. Esta privatización del sufrimiento reproduce individualismo problemático: como si bastara trabajarse a una misma para resolver problemas que tienen origen colectivo. Entiendo que García Ramos no pretende escribir poesía militante, pero la ausencia total de perspectiva sociopolítica resulta llamativa en generación tan golpeada por crisis estructurales.

Sin embargo, estas limitaciones no invalidan los logros del poemario. Renacida en mi calma cumple efectivamente sus propósitos declarados: acompañar procesos de autodescubrimiento mediante lenguaje honesto y estructura coherente. Para lectores que atraviesan momentos similares, estos poemas pueden funcionar como espejos validadores que nombran experiencias que parecían innombrables. Esa función terapéutica de la poesía no debe despreciarse desde supuesta superioridad estética. La literatura también sirve para esto: para acompañar, para validar, para recordar que otros han transitado caminos similares.

García Ramos es poeta competente con voz reconocible y sensibilidad genuina. No está revolucionando el género ni pretende hacerlo. Trabaja dentro de tradición establecida aportando variaciones personales suficientes para no resultar derivativa. Su segundo poemario confirma promesa del primero y sugiere capacidad de evolución. Será interesante ver hacia dónde dirige esa voz en próximos trabajos: si se atreve a experimentar formalmente, si amplía su registro temático, si politiza más explícitamente su mirada, o si profundiza en el territorio de intimidad reflexiva que ya domina.

Mientras tanto, Renacida en mi calma merece leerse sin prejuicios. No es obra maestra que entrará en antologías futuras, pero es trabajo honesto de poeta que escribe desde necesidad real, no desde pose. Y en panorama saturado de imposturas, esa honestidad vale más que muchas piruetas formales vacías. La poesía, como decía Benedetti a quien García Ramos invoca, también se defiende desde lugares pequeños, desde verdades modestas que no pretenden salvar el mundo pero sí acompañar a quien las necesita. Este libro hace exactamente eso. Y no está mal para empezar.

Javier Pérez-Ayala

0

Tu carrito

Salir de la versión móvil