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La honestidad poética de Martín Lorenzo Paredes Aparicio en ‘Vivir en tu invierno’

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La honestidad poética de Martín Lorenzo Paredes Aparicio en ‘Vivir en tu invierno’

Hay momentos en que la poesía contemporánea parece haber perdido el rumbo, extraviada entre experimentos formales que olvidan que el verso nace, antes que nada, del latido sincero del corazón humano. En este panorama a menudo árido, la aparición de «Vivir en tu invierno» de Martín Lorenzo Paredes Aparicio constituye un acontecimiento que merece nuestra atención, no por estridencia ni artificio, sino por esa virtud cada vez más escasa: la honestidad emocional convertida en belleza literaria.

El poemario se articula como un tríptico emocional donde el amor conyugal, el amor paternal y la experiencia del tiempo se entrelazan con la maestría de quien ha sabido encontrar en lo cotidiano la materia prima de la eternidad. Paredes Aparicio construye su obra desde la anécdota doméstica —una niña que despierta en la madrugada, el regreso de la esposa del hospital, la contemplación nocturna desde la ventana— para elevarse hacia reflexiones universales sobre la condición humana. Esta capacidad de transfiguración poética se manifiesta desde los primeros versos, donde encontramos una arquitectura cuidadosamente meditada que organiza los poemas en secciones funcionando como estaciones de un viaje interior: desde «Solsticio» hasta los «Poemas de Julia y Emma», el poeta nos conduce por un itinerario que va de la contemplación amorosa hacia la paternidad como descubrimiento de nuevas dimensiones del sentimiento.

Pero lo que verdaderamente distingue a este poemario de tantos otros que abordan temática similar es la precisión del lenguaje y la eficacia descriptiva. Paredes Aparicio posee esa cualidad borgiana de encontrar la adjetivación impredecible pero exacta: «Apenas has dormido. Emma, inquieta / ha buscado la carne de tu pecho», donde cada palabra está pesada y medida para transmitir no solo la escena sino la ternura que la envuelve. Sus enumeraciones poseen esa capacidad proustiana de dilatar el tiempo y convertir el instante en revelación, como cuando leemos: «La llama de la victoria destruirá las células del miedo», que no es solo una metáfora sobre la enfermería —profesión de Natalia, la esposa del poeta—, sino una declaración de fe en el poder reparador del amor.

Esta precisión lingüística se ve enriquecida por la presencia constante de Jaén en estos versos, que no responde al costumbrismo localista sino a una necesidad más profunda: la de enraizar lo universal en lo particular. Como en los mejores momentos de Juan Ramón Jiménez en Moguer o de Machado en Soria, Paredes Aparicio convierte su ciudad natal en correlato objetivo de los estados del alma. Los «Jardinillos», el «hospital de los milagros», la «plaza» donde transcurre la vida familiar, no son meros decorados sino participantes activos en el drama poético. Esta geografía sentimental se construye además mediante una técnica cinematográfica que recuerda los mejores momentos del neorrealismo: la cámara del poeta se desplaza con naturalidad desde el plano general —la ciudad vista desde la ventana— hasta el primer plano íntimo —las manos de la hija, el pecho de la madre—, creando esa sensación de vida palpitante que caracteriza a la gran poesía.

Precisamente es en este tratamiento visual donde se revela uno de los aciertos mayores del libro: su comprensión del tiempo como materia poética. Paredes Aparicio ha entendido que la experiencia temporal de la paternidad es radicalmente distinta: no se trata ya del tiempo lineal del soltero o incluso del matrimonio sin hijos, sino de ese tiempo circular, cíclico, hecho de repeticiones que son siempre nuevas. «Las miras antes de irte a trabajar. / Indagas en su sueño. / Quieres saber cómo serán sus vidas» —estos versos capturan esa temporalidad específica del padre que ve en el presente los gérmenes del futuro. La estructuración en estaciones y momentos del día (madrugadas, tardes, noches) no obedece a un esquematismo artificial sino a la lógica interna de una experiencia vital que se articula en torno a los ritmos biológicos de los hijos pequeños.

No obstante, si algo puede objetarse a «Vivir en tu invierno» es, paradójicamente, su mayor virtud: la contención emocional lleva a veces al poeta a quedarse en el umbral de revelaciones que podrían haber sido más profundas. En algunos momentos, uno desearía que Paredes Aparicio se permitiera mayor audacia formal, que arriesgara más en la construcción del verso libre que maneja con solvencia pero sin la experimentación que enriquecería su propuesta. Sin embargo, estas reservas menores no empañan el valor conjunto de una obra que, en tiempos de poesía de Instagram y versos de usar y tirar, nos recuerda que la auténtica poesía nace del compromiso total del poeta con su experiencia y con el lenguaje que la expresa.

Martín Lorenzo Paredes Aparicio ha escrito un libro que perdurará porque ha sabido encontrar en lo más íntimo lo más universal, en lo más cotidiano lo más trascendente. Como escribiera Pavese, «la poesía no nace del sentimiento sino de la necesidad de expresar el sentimiento». Este poemario es la prueba de que cuando ambas dimensiones convergen en una voz auténtica, el resultado puede conmovernos y revelarnos aspectos de nosotros mismos que desconocíamos. «Vivir en tu invierno» es, en definitiva, uno de esos libros que nos devuelven la fe en el poder transformador de la palabra poética, una voz necesaria en el panorama lírico contemporáneo que demuestra que la honestidad emocional, cuando se alía con el dominio técnico, sigue siendo el camino más seguro hacia la perdurabilidad artística.

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